7.2.05

Contaré uno de los negocios turbios de gonzales. Se afilió a una medicina prepaga, de las caras y caretas. La vendedora y sus argumentos fueron mi almuerzo, después de escucharla se me fueron las ganas de comer. Recordé cuando yo vendía medicina. El miedo a la muerte, a la muerte de un ser querido, la ambición desmedida por un módico seguro de vida. La vida vale 50 mil pesos. En fin, con lo que gana un gato en su vida, se puede comprar otras siete. Después de todo, en algunos años, ni vos, ni los cincuenta mil pesos ni el jodido gato estaremos acá. Yo era muy bueno para vender, pero dejé de vender utilizando el miedo como argumento, porque me daba miedo. Las situaciones creadas por mí frente a los poco capacitados potenciales clientes merecía por sí misma mi comisión, sin tan siquiera ofrecer un servicio de ambulancia en el primer mes. Clientes cardíacos abstenerse. Necesitamos gente sana, sino, no es negocio me explicaba mi jefe. En fin, eran unas gentes que para qué contar, pero compraban media lunas para desayunar, pagaban puntualmente y no hacían demasiadas preguntas por mis frecuentes ausencias. Entiendo en pleno uso de mis facultades a quiénes perjudiqué y a quiénes beneficié. Le sacaba plata a los que compraban garrafas para cocinar y se la daba a oscuros médicos, enfermeros y quiroprácticos que la gastaban en alcohol etílico y autos de colección. Pero, por lo menos, no trabajé con políticos, nunca, ni cuando ofrecieron pagarme. Incluso hace ya un par de años que ni siquiera voy a votar. El otro día la señorita Mercados me decía que no tengo derecho a opinar, no tengo, no? Por no votar, no puedo opinar. Solo se opina mediante el voto. El voto es la democracia. Como dice lanata: democracia es eso que hace cada cuatro años en un cuarto oscuro.
Lanata habla de la historia de los argentinos, nosotros que somos tan grandes, y debe hablar de Colón, porque todos hablan de Colón y muchos dicen que vino a américa con la certeza de llegar a algún sitio. Pero nadie dice que después de venir a américa, se fue a cuyo y inventó un vino glorioso, áspero como la lengua de una prostituta somalí, pero sabroso y de gran efecto por poco efectivo. Debería trabajar, pero mis dedos se deliran al son de seeed desde berlín y escribo pavadas y tirando del tiro, te digo, mirame las medias.