22.3.05

Otro día, historia de alguien que me abandonó
Un día cualquiera. Me puse a ordenar la casa y como quien no quiere la cosa encontré una bicicleta con ruedas desinfladas, gomines podridos, asiento flojo y manubrio poco fiable. No importa, me hice de valor y la arrastré hasta la YPF. Le hice los primeros arreglos y después la llevé a una bicicletería donde le hicieron los segundos arreglos. 2 pesos me salieron. Contento volví a la casa. Pero ya no tenía ganas de andar en bici y la dejé contra la pared. Me había costado un triunfo hacer andando los cien metros desde la bicicletería hasta la casa y cuando tuve que andar sobre el pasto no pude hacerlo, porque es muy dura, está todo oxidado, el freno de atrás medio clavado y las dos ruedas tocan los guardabarros. Además es inglesa y negra y muy pesada. La dejé apoyada por ahí y me fui a leer una novela, la línea marginot, sobre espías alemanes en trincheras francesas. Más tarde me olvidé de la bicicleta, y de muchas otras cosas. El domingo fue un día muy aburrido. Entonces el lunes decidí que no podía ser, que tenía que hacer algo más que subir el cerrito, como hago religiosamente todos los días. Entonces, por la tarde preparé unos disquillos, un cigarrillo y me monté en la bici, pero la muy doña hija de puta, me mostró su rueda de atrás completamente desinflada. No quería ir muy lejos, solo quería ir hasta el barrio golf y dar unas vueltitas por ahí mirando las casas y la cancha, que debe estar muy bien, porque el jueves empieza el torneo de golf más importante de sierra de la ventana. Pero en fin, tuve que ir hasta la bicicletería, inflar la bici y recién entonces pude iniciar la marcha. Hice los primeros doscientos metros en subida y fue una verdadera tortura que me dejó exhausto. Cuando llegué a la rotonda ya estaba listo para caminar un ratito, pero mi orgullo y la gente que miraba no me lo permitieron, seguí pedaleando hasta alcanzar cierta velocidad, pero para ese entonces ya estaba a la altura de las vías del tren y tuve que disminuir un poco. Luego de esa frenada y de las vías empezaba la cuestión realmente difícil debía atravesar unos trescientos metros de ripio que me permitirían continuar por el asfaltado barrio del golf. Pedalee al borde del desfallecimiento otros doscientos metros. Mi corazón estaba alterado y por mi remera parecía que me había alcanzado una lluvia furiosa. Después de esos metros venía una curva, siempre sobre ripio y empezaba una leve subida. Me corrí para dejar pasar un auto con turistas que me miraron sorprendidos y azorados por las ventanillas pegando sus feas jetas a los vidrios y hasta podría asegurar que me sacaron una foto que aparecerá en un fotoblog europeo o que será expuesto en una galería en Munich. Los miré con mala cara y los putié como posando para una foto bizarra. Ellos siguieron. Yo, con furia me paré sobre uno de los pedales, que no supo recibir mi fuerza con la grandeza propia de ella y se partió el perno de uno de los pedales. Putié y maldije, ni siquiera había podido llegar al golf, pero bueno, después me tranquilicé y reemprendí la vuelta, al principio caminando, pero después venía toda la bajada. Contento y orgulloso de mi mismo me subí y atravesé todo el pueblo con los dos pedales hacia abajo y mis pies sobre ellos. Parecía que andaba en una zanelita, pero sin motor. Era lo más.
Después compré unos alfajores y me fui para la casa a leer un triste ciprés de agatha crhistie.