20.3.05

Sábado
Humean las cenizas y se prepara el cenicero para recibir las honorables cenizas de un king size, extra long leaves. La noche fue magnifica, pero vayamos por partes. Por la mañana salí a caminar por las montañas (=cerros atorrantes), anduve cerca de tres horas entre subir y bajar. No anduve solo, anduve con el orejas, un falso labrador, que me empezó a seguir sin razón un poco más acá del dique.
Yo venía muy feliz y contento con Brigradistak, hasta que por el tema siete una perdiz alzó vuelo y casi me mata del susto. El orejas salió corriendo, pero no logró despegar vuelo el también y no consiguió nada. Bajaba el segundo cerro y subía el tercero cuando el orejas vio que más adelante había unos teros y salió a espantarlos. Brillante, magnífico perro, odia a los teros. Por tres segundos pensé en ser dueño de un perro.
Seguimos caminando, el tercer cerro era el más alto y cuando me faltaba poco para hacer cumbre el cielo se bajó y se puso gris. El viento soplaba cruzado y decidí sentarme a comer una manzana. El orejas, labrador pulguiento, intentó ser cariñoso, pero lo repelí a tiempo. Emprendimos la vuelta y por el camino salió una liebre corriendo y tras ella corrió el orejas. Como en una escena de snack. El orejas volvió con las fauces sin sangre y los ojitos tristes. No había conseguido otra cosa que una agitación.
Finalmente, se largó la lluvia, pero yo ya estaba bañado, almorzado y me había deshecho del orejas. La lluvia me decidió a barrer la casa, para poder andar descalzo sin miedo a morir de tétanos en medio de horribles convulsiones el cuarto día de mis vacaciones.
Después de dormir una siesta, salí en bicicleta bajo la lluvia para continuar con la degustación de alfajores, esta vez fue el Mulnquidu, cuyo promedio fue de 8,17, algo mejor que los del día anterior.
Después de eso, retomé la lectura de “Nuestro Hombre en La Habana”, de Graham Greene. Después decidí que un sábado a la noche, aunque lloviera, habría que disfrutar la vida. Salí hacia el súper con esa idea, sabiendo que tenía dos buenos vinos en mi improvisada bodega.
Entré al supermercado pensando que iba a cenar algo rico y como primera medida fui a la carnicería. Había dos viejos decrépitos que parecían querer comprar medio kilo de cada uno de los cortes. Yo miré y allí la vi, una pata de cordero enterita. Y quiero resaltar la diferencia, era cordero y no de capón, que es lo que se vende como cordero en Buenos Aires. Una pierna de capón puede llegar a pesar 10 Kg., una de cordero 2 Kg. y es tan suave como la manteca dejada al sol durante 80 minutos a la hora de la siesta en Catamarca. Llegó mi turno y me hice de la pieza y le pedí que agregue una tira de chinchulines y que me marque con la sierra la pierna del cordero. Prendí el fuego y cociné todo mientras terminaba el libro de Greene, todo muy lento. Terminé la novela contento de haberla leído y dispuse lo necesario para comer: un plato, un tenedor, la cuchilla, el vaso con vino y un papel de diario en el piso para tirar los huesos. El cordero era excelente, los chinchulines a punto y bien llenos de mierda blanca, uno de los más ricos asados que comí en mi vida. Cortaba el cordero con el tenedor y me lo llevaba a la boca con la punta del cuchillo, así de excéntrico.
Terminé de cenar, acabando con media pata de cordero y un malbec completo. Excelente comida. La comida es como el sexo, es algo que se disfruta más durante el acto que luego de su conclusión. Distinto es cagar, que se disfruta más el haber concluido.
Ya nada tengo que contar, mientras veo arder los cortinados de mi mansión donde solo tomo vino del mejor. Quería despedirme con una frase que escucho gritar al único pelado que hizo reggae en Argentina: A los murciélagos no les importa Batman.