7.3.05

Salí a la calle sabiendo lo que quería. Unas abadie y un quijote. Las abadie sabía dónde conseguirlas, siempre prefiero buscarlas de noche, cuando no está la minita y hay un nabo, que en lugar de cobrármelas uno cincuenta, me las cobra un peso. Pero el quijote era un tema. Necesitaba leer el quijote. No puede ser que escriba en castellano y no haya leído el quijote. Las ediciones son muchas, en dos cuadras visité seis librerías, llegué hasta el kiosco al que iba a por mis sedas y regresé. Tengo una cábala, siempre encuentro el libro que busco en la misma librería, en la librería edipo. Allí por mitad de precio me llevé el quijote, solamente 12 pesos. En la edición de la real academia son más de 1000 páginas, pero está todo muy espaciado y las hojas son tan finas que dan ganas de no comprar las abadie y sacar desde atrás, como hice con el libro del mormón en paraguay, del cual no quedó ni una enseñanza, todo se hizo humo, se evaporó en un aire cargado de tuco, bananas y naranjas. Paraguay es un país alucinante, en todos los sentidos de la palabra. Quien no conozca Paraguay, no conoce nada. Allí Paraguay con sus clubes náuticos, con su guaraní, con sus 500 guaraníes. Paraguay, tierra prometida, donde el kilo sale 10 dólares. 10, ni uno más ni uno menos. Compré las abadie por sus hojas finitas y el quijote de hojas gruesas, que no se transparentan. Pesa mucho y huele a libro nuevo. Así que me abocaré a leer el mamotreto, luego haré mis pequeñas e incongruentes reflexiones con respecto al libro.