3.4.05

¿Quién quiere ser bush por una hora?
Quién, que alguien diga “yo”, por favor. Necesito por una hora ser otra persona, cualquiera, pensar de manera de distinto y no pensar que solo yo tengo la razón, aunque de hecho es cierto no tengo que pensarlo todo el tiempo. También tengo que pensar otras cosas. Tengo que comprar calzoncillos y, aunque no es el medio más propicio para este desarrollo, es cierto. Necesito más cantidad para poder disfrutar de la diversidad de que la semana finalice y no tenga que poner a lavar. Quiero comprarme 23 calzoncillos. Creo que esa es la cantidad justa. A un calzoncillo por día, son 23 días de fresca protección. No digo esto así por decir, sino que lo he pensado cabalmente, hice cuentas hasta marearme con los números y recién entonces llegué a esa conclusión. 23 calzoncillos a 200 gramos por calzoncillos, 5 hacen un kilo y 20, 4. Tengo ya cuatro kilos, que es una carga de lavarropas y tengo los otros tres calzones para no tener que ir corriendo o en bolas a dejar mi ropa en el lavadero. Pero no puedo tener ese tipo de pensamientos, la higiene, pero por sobre todo el tamaño del inmueble. El otro día escuchaba a un nacido a orillas del caspio que decía que si compraba un calzoncillo nuevo, tenía que tirar un calzoncillo viejo, así de chica era su casa. Gonzales puso una cara rara y dijo que cuando él no usaba más un calzoncillo, su mujer lo lavaba, lo planchaba y lo llevaba a la parroquia. Yo como siempre, nada. Miraba el monitor, reprimía la risa y me ponía el teléfono en el oído y marcaba números de personas que de antemano sabía que tienen el servicio momentáneamente interrumpido. Estos morosos son terribles, semanas con teléfonos cortados, buscados por la dgi, con prontuario en el veraz y los tipos en mar de las pampas. Hay gente de mucho dinero que se niega a pagar las cuentas por el solo placer de no pagar. Alguien debería analizarlo, pienso, pero enseguida me contesto que unos cuantos lo deben haber hecho. Pienso que debería visitar una librería de literatura psiquiátrica, pero enseguida me digo “no, para qué”.